¿Qué se supone que debemos sentir los venezolanos clase
media o pobres, cuando un amigo cercano que tiene la suerte de contar con una
vida económica muy estable, nos dice que se va del país porque ya la
"vaina está muy arrecha"?
Personalmente soy de las que cuando alguien, quien sea,
se me acerca para decirme que se va en busca de una vida mejor, así sea mi peor
enemigo, le digo que me alegro muchísimo y en un intento tonto, pues ya ha
tomado una decisión, trato de suprimir cualquier duda que en él o ella se
presente buscando convencerle de que por mucho amor que sienta por nuestro
amado país, es la mejor oportunidad y decisión que podría tomar en estos
momentos, pues muchos, miles me atrevo a decir, apenas y pueden soñar con eso.
¿Cómo no sentir celos? ¿Cómo no sentir envidia, o rabia?
Celos porque, qué más quisiera yo, al oírlos cuando me cuentan a donde se irán
y cómo lo harán, decirles yo también lo haré, que poco después de su partida me
iré igualmente y llevaré a toda mi familia conmigo para darles la vida que
merecen, y que en algún momento tuvieron pero que se vio dramáticamente
interrumpida hace 17 años y que desde entonces ya no se pudo llamar vida.
Envidia pues la realidad es que si ni para viajar a otro
estado de nuestro país alcanza el sueldo de mis padres, menos alcanzaría para
si quiera comprar un boleto de ida y sin retorno de este aeropuerto lleno de
colas para todo y por todos lados, sin luz, sin comida y sin justicia, en el
que nos encontramos todos varados, viendo como los que queremos o conocemos son
dichosos, aun con dolor, de cruzar las puertas que los llevan a un avión que
cuando regrese, si es que lo hace, no los traerá de vuelta.
Rabia porque en lugar de estar pensando en que la ropa
que tengo ya está pasada de moda, lo que hago es llorar y pensar en el hecho de
que aquí no tengo futuro como profesional y que me aterra pensar en lo que
podría pasar un día que decida salir a comprar un caramelo y alguien que se sienta
con el derecho de hacerlo, me quite la vida de un disparo para robarme un
teléfono que tardaría seis años comprar con un sueldo mínimo.
Con 20 años tengo más que claro que para poder tener la
vida que siempre soñé tengo que irme de la tierra que más amaré en toda mi
vida, así pase el resto de ella en otra. Hasta mi hermano con 15 años de edad
sabe de sobra que aquí lo único que prospera en estos momentos son las plantas
y sólo porque no hay manera de que la política intervenga en ese proceso
natural.
La tristeza de leer un periódico o miles de tweets al día que cuentan las
barbaridades que suceden cada segundo en todas la ciudades del país es
inexplicable, no hay nada, a parte de la muerte de un familiar, que duela más
que saber que tu país se está cayendo a pedazos y que a nadie parezca
importarle, por la terrible cualidad que tenemos de dejar pasar y olvidar todo
y no hacernos valer por miedo. Peor aún saber que el derecho más poderoso que
tenemos, que es votar, es una burla que cada quien manipula a su gusto para
continuar saliendo favorecidos.
Aunque acabo de admitir que desearía irme y alejarme de
todo este caos, hay una frase que en el momento en que la leí no trajo más que lágrimas
y una sonrisa a mi rostro y me ha hecho pensar en si realmente sería feliz en
otro lugar que no fuese este, con o sin problemas... "Irse de Venezuela,
es como divorciarse estando enamorado" -
Omar Cabrita.
Laura Ysabel
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